17/1/12

SOMOS LO QUE COMEMOS



Somos lo que comemos... y seremos lo que hayamos comido. De una alimentación adecuada en cada etapa de la vida, depende la salud y el bienestar de cada persona. La conveniencia, el precio, la presentación, son, entre otras, las fuerzas que hoy impulsan nuestra dieta. Pero, ¿cuál es el verdadero coste de lo que elegimos comer cada día?
El cuerpo humano esta compuesto por algo así como 1000 billones de células, bastante más que todas las estrellas que componen nuestra Galaxia. De todas estas células 600,000 millones mueren cada DIA siendo reemplazadas por igual número. Es decir, cada segundo nuestro cuerpo regenera más de 10 millones de células. Una célula normal de la piel vive solo dos semanas aproximadamente; las de los huesos se renuevan cada tres meses. Cada 90 seg. Se sintetizan millones de anticuerpos, cada uno con unos 1200 aminoácidos, y cada hora se regeneran 200 millones de eritrocitos. Los glóbulos rojos se renuevan cada ciento veinte días. Las células de nuestros huesos viven unos diez años.
Cada célula de nuestro cuerpo se regenera, en promedio, cada siete años. No todas tardan el mismo tiempo.

Todas nuestras células, para sobrevivir, deben alimentarse; la salud de estas estructuras depende de la recepción de los nutrientes que necesitan para funcionar. Lo que comes determina lo que la sangre transporta a las células, ya sea toxinas o nutrientes. La sangre transporta estos nutrientes a las células y absorbe los productos de desecho. La sangre recibe estos nutrientes de los alimentos que ingerimos recogiéndolos principalmente de las paredes intestinales. La sangre se limpia de los productos de desecho que recoge de las células por medio del hígado y de los pulmones.

El punto más importante de recordar es que la sangre es neutral en el sistema de transporte, sí comes alimentos que son tóxicos, la sangre recogerá esas toxinas y las llevará a las células tal y como si fueran nutrientes. Si existe alguna deficiencia en los alimentos que comemos la sangre simplemente llega a las puertas de la célula con las “manos vacías”.

Así que lo que comes determina lo que la sangre transporta a las células ya sea toxinas o nutrientes, y será es la base de las nuevas células, lo que nos convertirá en lo que hayamos comido.

Según la Epigenética es cierto que somos lo que comemos, activamos y desactivamos nuestros genes en función de nuestra dieta. Mediante los alimentos controlamos nuestra apariencia, nuestra conducta y nuestra salud, a veces para toda nuestra vida, e incluso para nuestros descendientes. Los científicos tienen ya evidencias de los cambios químicos que ocurren en la cadena de ADN y los mecanismos que activan o desactivan a los genes. Más concretamente, se ha descubierto que ciertos alimentos pueden llegar a modificar nuestro material genético para siempre. De hecho, un hospital en Holanda guarda archivos que prueban que decenas de embarazadas que consiguieron sobrevivir al hambre y la guerra de 1944, tuvieron hijos que a muy temprana edad enfermaron de cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares, que a su vez han tenido descendencia con propensión a estas enfermedades. Todo apunta a que el hambre reprogramó los genes de las jóvenes madres y esto fue transmitido a sus hijos e incluso a sus nietos.

¿Qué comen los vegetales que comemos?
Dentro de un amplísimo abanico de posibilidades, encontramos dos extremos:

•Por un lado podemos encontrar vegetales de temporada que no han necesitado ni un sólo gramo de química ni transgenia para nacer, crecer y desarrollarse. El suelo donde se han cultivado es un suelo limpio, regenerado naturalmente por el propio ecosistema, incluso con alguna temporada de “descanso” y, por qué no tenerlo en cuenta también, cultivado desde la dedicación y el amor diario del campesino -no debemos olvidar que las emociones también se transmiten a las plantas-.

•Por otro lado podemos comer vegetales de otras temporadas, sin tener para nada en cuenta el ciclo solar y los ciclos lunares. Dichos vegetales se han mantenido refrigerados durantes meses, recogidos antes de tiempo y madurados con gas etileno, modificados genéticamente para soportar algunas plagas y mostrar mejor aspecto -incluso para cambiarles el color-, cultivados en un suelo con tierra tratada químicamente y nutrientes artificiales, y cargados hasta los topes de pesticidas, sulfatos, etc.

¿Qué comen los animales que comemos?

Al igual que en el caso de los vegetales, también hay muchas posibilidades intermedias a las dos siguientes:

•Animales que han vivido en libertad, que han podido moverse, que han vivido de día y han dormido de noche, que han comido lo que han ido encontrando en el campo -también de temporada y natural-, que no han sido tratados hormonalmente ni farmacológicamente, que han gozado de una vida sana y que se han sacrificado de una manera digna -aunque para muchos esto del “sacrificio digno” pueda parecer contradictorio, en la naturaleza pasa todos los días. Es parte de la cadena-.

•Animales que han vivido en cautiverio -por ejemplo, en el caso de los pollos, hasta más de 25 por metro cuadrado-, que no han podido moverse, que han sido torturados a vivir despiertos de día y de noche, que han sido engordados hasta la obesidad y tratados hormonalmente, alimentados con soja y maíz transgénicos, que han vivido una vida malsana e infeliz y que han sido sacrificados sin ningún tipo de remordimiento y en unascondiciones nefastas.

¿Qué comemos nosotros?

Sí, ya lo sé. A primera vista comemos tomates, pollos, lechugas, salchichas, huevos y manzanas. Pero no se queda ahí la cosa. Cuando comemos, comemos lo que comemos, a la vez que nos comemos todo lo que ellos han comido, o mejor dicho, todo lo que esos vegetales y animales han vivido -enfermedad e infelicidad incluídas-.

No es hablar por hablar. Hasta aquí todo ha quedado muy bonito, muy romántico. Pero detrás de estas afirmaciones hay ciencia que está demostrando desde hace tiempo los efectos nocivos que provocan, por ejemplo, los pesticidas de los vegetales en nuestro tracto digestivo y nuestra flora intestinal, así como los antibióticos con los que han sido tratados aquellos pollos, los cuales también acaban circulando por nuestro torrente sanguíneo.

Mucho se ha hablado de los riesgos que conlleva una dieta rica en carne, y consecuentemente se ha aconsejado que se reduzca considerablemente su consumo, hasta tal punto que muchos han optado por el veganismo. Incluso se han publicado libros como “El estudio de China” donde se relaciona directamente el consumo de carne con enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer. Otra de las cosas que hay que
preguntarse es cómo sobreviven y viven decenas de años todas las especies carnívoras del planeta…

El problema de la carne no es en sí la carne. El hombre es omnívoro y puede comer carne, y si tenemos enzimas digestivas que metabolizan ciertas proteínas, será porque podemos comerlas -no como el gluten o la caseína, por ejemplo-. La enfermedad originada en nuestra carne proviene de la alimentación y el estilo de vida con los que han sido “fabricados” nuestros animales, nuestro alimento. Y esto, por supuesto, se transmite.

Curiosamente, la carne más tóxica y contaminada, con más mala fama y menos recomendada es la carne roja. Curiosamente también es esa carne, esos animales, tales como la ternera o el potro, los que son alimentados, como nosotros, a base de piensos de cereal, los cuales también en ellos promueven la aparición de nuestro gran enemigo, la inflamación, y con ella toda esa lista de enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer, etc., cuando estos animales están diseñados biológicamente para alimentarse básicamente de pasto. Y otra vez, curiosamente, los animales alimentados con pasto y no con cereales padecen muchas menos enfermedades, por lo que tampoco necesitan todos esos tratamientos farmacológicos diarios que se suministran en las… ¿granjas?… mejor dicho, fábricas de carne.

Lo más curioso de todo parece ser que tanto a nosotros como a los animales se nos alimenta con productos que nos hacen enfermar, y de ese modo la industria farmacéutica tiene clientela de por vida, por no hablar de la relación entre ese tipo de consumo -cereal y el sector energético y petrolífero.

Ecológico, orgánico, biológico,…

Es recomendable una dieta basada en vegetales, frutas y frutos secos, con cereales y legumbres. De todos modos, más allá del tipo de alimentación por el que cada uno opte, es momento de tomarse más en serio de dónde vienen los alimentos que consumimos, cómo se producen, cuándo se cultivan -¿se respetan los ciclos biológicos?-, etc.

La elección y la responsabilidad, como siempre, son sólo de cada uno.




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